La batalla se aproxima: el día en que los aguerridos defensores deben demostrar su valía, su valor y su temple parapetados tras sus armas de guerra. Ese día que el Oráculo vaticina invariablemente como caótico y al que las profecías se refieren como Sábado por la Tarde ha llegado.
La contienda será larga y enconada, durante horas los defensores se verán obligados a repeler los ataques de las hordas invasoras, que llegadas al lugar a lomos de briosos corceles de rotundos nombres, (Audi, León, Bus, Apatas...), arremeterán una y otra vez con la pérfida intención de arrasar con los suministros disponibles. Montarán en cólera en el momento en que no logren sus objetivos, en el momento en que, rechazados, se vean obligados a asediar otro emplazamiento.
Los intrépidos paladines, esgrimiendo sus dotes adivinatorias, contendrán a las miríadas de atacantes que, encolerizados los unos, apurados los otros, y despreocupados la mayoría, se lanzarán al ataque acompañados de sus fieros vástagos, terribles oponentes como jamás se haya registrado en los Anales del Tiempo. Cuantiosos artículos serán arrebatados de su emplazamiento a perpetuidad y otros desaparecerán sin remedio, aunque su recuerdo permanecerá grabado por siempre en la memoria de los insignes combatientes.
La lucha será ardua y los heróicos defensores lucharán con pasión y con honor, y a pesar de ser conocedores de su destino, los Guardianes del Libro siempre se hallarán prestos para la batalla.